Se te ve el plumero. Ese que no has cogido en tu vida, macho ibérico. Se te ve el plumero a ti también. Tú que eres de los que colabora. Que el feminismo está trasnochado, que para nuestras abuelas, vale, pero ahora, qué más queremos, si ya somos todos iguales. Ni machismo ni feminismo.
O aún mejor: se te ve el plumero a ti, que eres 100 veces más feminista que yo, que a ti no te dan lecciones las feminazis, que tú a los violadores se la cortabas y pena de muerte, como mínimo. Se te ve el plumero. Y te jode, porque a ti la pluma no te hace ni puñetera gracia. Pero se te ve el plumero.
Tu problema no es que odias a la ministra. Bueno, sí, odias a la ministra, odias dónde vive, odias con quién duerme, odias que sea ministra y odias su ministerio. Pero tú lo que odias de verdad es que seamos iguales. Equivalentes, más bien. Que nos hemos subido a las barbas, que queremos lo que es nuestro y queremos salir a la calle a gritar que lo queremos. Y volver a casa, solas, borrachas, serenas o como nos dé la real gana sin que ni tú ni tu odio nos roceis ni con un suspiro. Con cualquier otra cosa es delito, amigo machinazi.
Somos equivalentes y queremos ser iguales y el 8M íbamos a gritarlo hasta en el Telediario. Y eso te supera. Porque en público nadie nos critica y te repatea. La superioridad moral de la izquierda, porque todo esto está politizado, vaya que no, que te van a engañar a ti. Y te volviste loco buscando disfraces que ponerle a tu odio, porque el de cavernícola es feo. Y encontraste el de preocupado por mí. Filántropo, si me descuido.
Te desvelaste por el lema, que nos incitaba a beber –tú, siempre tan pendiente de cuidarnos, a mí y a mi hígado–; te inquietó que nos manipulasen, que nos llegan cuatro listillos con el cuento de la nueva política y nos roban la pancarta y la lucha y a ti te fastidia que se rían de mí; te preocupaste incluso por mis hijos, con O, sí, mis hijos varones, que a ver qué va a ser de ellos con esa ley cuando una fresca les llene el cuerpo de moratones y la cabeza de cuernos. Uy, o la copa de veneno, que las mujeres también asesinan, pero son más sibilinas y por eso yo no me doy cuenta.
Pero sobre todas las cosas te preocupaste porque no me contagiase de coronavirus y por eso me dijiste que a la mani, ni acercarme. No te acordaste de llamarme el 7M para que mi hermana no se hacinase con cientos de personas en un pub bien cerradito, ni el domingo por la mañana para que mi abuela no fuese a misa ni mi padre al fútbol. Ni siquiera avisaste al pobre de Ortega Smith de que de ese Congreso suyo no iba a salir nada bueno. Pero de mí, sí. De mí te acordaste. Te acordaste de decirme que no se me ocurriese pisar la manifestación, que allí y solo allí, me esperaba la pandemia.
La faena es que tal vez me esperaba allí, sí. Pero ni tú ni yo lo sabíamos. Tú solo habías encontrado una capa de superhéroe –hoy creo que te llaman Capitán A Posteriori– para intentar esconder tu machismo. Pero debajo del disfraz, se te ve el plumero.