Se te ve el plumero. Ese que no has cogido en tu vida, macho ibérico. Se te ve el plumero a ti también. Tú que eres de los que colabora. Que el feminismo está trasnochado, que para nuestras abuelas, vale, pero ahora, qué más queremos, si ya somos todos iguales. Ni machismo ni feminismo.
O aún mejor: se te ve el plumero a ti, que eres 100 veces más feminista que yo, que a ti no te dan lecciones las feminazis, que tú a los violadores se la cortabas y pena de muerte, como mínimo. Se te ve el plumero. Y te jode, porque a ti la pluma no te hace ni puñetera gracia. Pero se te ve el plumero.
Tu problema no es que odias a la ministra. Bueno, sí, odias a la ministra, odias dónde vive, odias con quién duerme, odias que sea ministra y odias su ministerio. Pero tú lo que odias de verdad es que seamos iguales. Equivalentes, más bien. Que nos hemos subido a las barbas, que queremos lo que es nuestro y queremos salir a la calle a gritar que lo queremos. Y volver a casa, solas, borrachas, serenas o como nos dé la real gana sin que ni tú ni tu odio nos roceis ni con un suspiro. Con cualquier otra cosa es delito, amigo machinazi.